El Tribunal Superior reconoce que Da Silva, que era mecánico de las Fuerzas Aéreas, fue discriminada y le ha autorizado vivir en un edificio de funcionarios militares
Maria Luiza da Silva nació en el cuerpo de un niño, José Carlos, el 20 de julio de 1960, el mismo día que Santos Dumont, patrón de la aviación brasileña. A pesar de sentirse mujer “desde siempre”, vivió como un hombre desde la infancia, en la ciudad de Ceres, en el centro oeste de Brasil, hasta su vida adulta, en Brasilia. Al llegar a la mayoría de edad y tener que hacer el servicio militar, la decisión de unirse a la Fuerza Aérea Brasileña (FAB) fue un paso obvio y, durante 22 años, ejerció su función de mecánico de aviones de manera ejemplar y recibió varias medallas y diplomas de reconocimiento. En el hangar donde trabajaba, los 300 militares eran hombres. Todo cambió en 1998, cuando Maria Luiza comunicó su identidad de género a sus superiores y se convirtió en la primera persona transexual de las Fuerzas Armadas de Brasil. Dos años después, la obligaron a retirarse. El informe de la junta médica de la FAB la reconoció como “definitivamente incapaz para el servicio militar”, pero “no inválido, incapacitado total o permanentemente para cualquier trabajo”. “Sufrí mucho, porque me encanta la aviación. Tenía muchas esperanzas de que la Justicia me permitiera volver a trabajar algunos años más”, lamenta Maria Luiza, que ahora tiene 59 años.
Pero finalmente tiene algo que celebrar. Tras una disputa judicial de casi dos décadas, el pasado 23 de mayo el Superior Tribunal de Justicia (STJ) reconoció que había sufrido discriminación y confirmó su derecho a permanecer en el edificio destinado a militares en activo hasta que se libere su jubilación integral con base en el último rango de la categoría de suboficiales. Aunque la retiraran del servicio militar como cabo, cobrará la pensión de subteniente, porque el tribunal consideró que se le había quitado la oportunidad de progresar en su carrera.
El Estado todavía puede apelar la decisión de la corte, tercera instancia de la Justicia brasileña. Pero Maria Luiza se siente victoriosa. “Se está haciendo justicia. Esta decisión no solo es importante para mí, sino para la justicia social en Brasil”, celebra. “Es un hito en la historia del Derecho, en un momento en que el ultraconservadurismo se ha exacerbado en el país”, añade Max Telesca, abogado de la militar.
Cuando la obligaron a retirarse, Maria Luiza intentó reincorporarse a la FAB. La Justicia no le dio la razón y pasó a cobrar una pensión proporcional al tiempo trabajado. Según la militar, eso representaba una pérdida de un 75% de sus ingresos. Una decisión en segunda instancia sobre el caso llegó solo en 2016, cuando el Tribunal Regional Federal de Brasilia entendió que “la orientación sexual no puede considerarse una discapacidad definitiva” y anuló su jubilación. Pero, por aquel entonces, ella ya tenía más de 48 años, la edad máxima para ser cabo, por lo que el Tribunal determinó que cobrara la jubilación integral —incluidos los reajustes que cobraría si hubiera seguido en activo y llegado al grado de subteniente— y que abandonara el inmueble funcional de dos habitaciones donde vive, ya que las residencias están destinadas al personal militar activo. El Estado apeló al STJ y volvió a pagarle pensión de cabo, una decisión que ahora ha sido revocada.
Maria Luiza comenzó la transición de género estando en la Fuerza Aérea. “Algunos médicos, al identificar mi transexualidad, me recetaron un tratamiento hormonal y reconocieron que nada impedía que siguiera trabajando. Pero algunos administrativos se opusieron, y prevalecieron los prejuicios”, dice. El proceso médico y administrativo duró dos años. “Me obligaron a quitarme el uniforme y a llevar ropa de civil, porque no me dejaban llevar el uniforme femenino. Luego, comenzaron a darme bajas médicas, que el regimiento me obligaba a cumplir”, recuerda. Durante ese período, dice que recibió amenazas de muerte, pero, cuando se le pregunta sobre otros actos de violencia, se queda en silencio.
“Me siento una mujer desde que tengo uso de razón”, afirma Maria Luiza, que tiene dos hermanas y siempre se ha identificado con el universo femenino. “No me gustaba la ropa de chico. Ese sentimiento se acentuó cuando entré en la pubertad”, recuerda. En aquella época, no se sabía qué era la transexualidad, así que a los 13 o 14 años la llevaron a varios médicos de Goiânia, capital del Estado de Goiás. “El primer médico se dio cuenta de mi identidad de género, pero mi familia decidió pedir la opinión de un segundo profesional, que quería revertir el proceso con un tratamiento hormonal”, cuenta.
Con una voz típicamente femenina, la adolescente también fue sometida —sin que le consultaran— a una operación para rasparle las cuerdas vocales. “No entendía qué eran todas esas hormonas, ni lo que provocaban. Pero no las tomé durante mucho tiempo, porque me produjeron efectos secundarios”, dice. Entonces entendió que no sería libre de vivir su identidad. “Acabé ocultándolo y viviendo, en la práctica, una existencia masculina”, dice Maria Luiza, que no culpa a sus padres de la situación. “Nunca los culparía, porque faltaba mucha información”.
En su existencia masculina, estuvo casada durante seis años y tuvo una hija. “Mantengo una relación cordial con mi exmujer y mi hija, porque hice todo este proceso de transición con mucho equilibrio”, explica. Maria Luiza prefiere preservar la identidad de sus familiares. Tampoco revela la edad de su hija o si es abuela.
La militar retirada compartió su historia con el cineasta Marcelo Díaz, que el año pasado estrenó el documental Maria Luiza, donde aparecen sus abogados, médicos y excolegas elogiando su personalidad y profesionalismo en la Fuerza Aérea, cuando todavía utilizaba la identidad de José Carlos. La película muestra a una Maria Luiza muy católica, que va a misa, le gusta dibujar y le apasionan los coches —puede vérsela divirtiéndose en un circuito de karts—. “Maria Luiza participó en todas las etapas de producción del documental, es prácticamente una coautora”, afirma Díaz.
A pesar de sentirse siempre mujer, no le dio miedo alistarse en la Fuerza Aérea. “Hasta ese momento, en mi vida social, me presentaba en el género masculino y no tenía mucha pluma”, dice. Dejó de esconderse cuando vio a mujeres en las Fuerzas Armadas, justo cuando Brasil comenzaba a garantizar la igualdad de derechos recogida en la Constitución de 1988. Hoy, Maria Luiza trabaja como conductora. Cuando se le pregunta si volvería a la FAB si pudiera hacerlo, responde: “Sin duda. Viví muchas cosas buenas allí, estoy muy orgullosa de ser oficial aeronáutica”, dice, y recuerda que el litigio es contra las “decisiones individuales de algunos militares que me discriminaron, no contra la institución”. Desde que hizo pública su historia, ha oído hablar de al menos otras dos mujeres trans en la Marina y una en el Ejército. “Sabía que era la primera, pero que no sería la última”.
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